Palabras claves: RECREACIÓN/JUEGOS/JUEGOS CON PELOTA/FUTBOL/NIÑOS

Título: Y todo comenzaba en el “campito”

Autor(es): Psic. Jesús María Chalela Suárez

Fuente: http://psicodeporte.nu/biblioteca/articulos/start.asp?articuloid=4&

 

Texto completo:

Un artículo del periodista brasileño Rossó Cauaca de la década del 50 nos decía: “quien ya asistió o participó de un partido en el “campito”, sabe que ir al arco representa un castigo duro para cualquier niño. Cuando el grupo se reúne en medio del campo -generalmente un terreno baldío-, la primer cosa que se hace es la “pisadita” para elegir los jugadores:

Quiero a Valdir- dice el capitán que ganó la “pisadita”.

-Yo quiero a Haroldo- dice el otro.

Y así uno a uno, hasta que sobra Toninho. No sabe patear, no sabe driblear, no sabe pasarla, no cabecea, no sabe hacer nada. Entonces sólo hay un lugar para Toninho: el arco. El escaparía del castigo si fuese el dueño de la pelota. Ahí, en la hora de la sentencia, puede tomar la pelota bajo el brazo y amenazar:

-Si no juego en la delantera no hay partido…”

 

Infinidad de veces aprovechábamos los espacios verdes, los baldíos, los “campitos”, los parques. Jugábamos dos contra dos, tres contra tres, y a medida que otros iban llegando, se armaba flor de partido. Los arcos, eran de lo más variado, de dos pasos, de un paso, de tres pasos, y hasta de ocho pasos. Jugábamos con golero, sin golero, y hasta con golero de “peligro”. Los palos, con lo que encontráramos, piedras, ropa, palitos, otra pelota, etc., etc. Lo mismo sucedía con el partido diario sobre el asfalto, en el barrio, donde las vecinas sufrían por miedo de la rotura de un vidrio (que si esto sucedía, mangueábamos a nuestros padres para reponer el vidrio roto).

 

Transpiración, olor, caras sucias, golpes sin intención de lastimar, habilidad, diversión, creatividad, dominio, destreza, alegría, placer, encanto de correr tras una pelota y hacer libremente lo que se nos ocurriera. La hora de cada tiempo…, ¡ah sí!, la daba las ganas de comer, ese reloj interior, o el llamado de la madre, para hacer un mandado. Ni la lluvia suspendía el “picado”. Descalzos, con los incalcuer, con los zapatos viejos o algún champion heredado del hermano mayor iba pasando el tiempo y soñando con la vida, con las fantasías, con la diversión y las ganas de salir día a día a jugar a la pelota. La peor penitencia era no poder salir a jugar, a encontrarse con el amigo, con el vecino y algún que otro pariente que se asomaba por la cuadra o el campito. La pelota, de plástico, de goma, de media, rellena de diarios y/o de trapos y de vez en cuando alguna de cuero.

 

Juego, jugar, saltar, andar, creatividad y alegría. “…Antes, el fútbol para los pibes era otra cosa. Campitos por todos lados, pasto y tierra para amasijarse a lo largo del día, aprendiendo la pisada, el taquito, la jopeada, tantas habilidades nuestras, sólo nuestras, se hicieron ahí, en los campitos.

¡Por Dios! Se la pasan toda la tarde gritándole a los pibes, dándoles instrucciones tácticas, quitándoles la alegría de jugar. A esa edad, lo que más importa es divertirse, el fútbol no puede ser otra cosa que un juego. Sin dramas, sin apuros, sin estrategias. Que agarren la pelota y la gasten.

 

Después habrá tiempo de tácticas. Pero antes tienen que hacerse hábiles y fuertes. Habría que dejarlos que se expresen libremente, sin ataduras. En todo caso, que les mejoren el físico y los alimenten bien, porque muchos de esos chiquilines empiezan a jugar muy mal sopeados. El baby fútbol es buena cosa porque saca a los pibes de la calle, los ayuda a enderezarse, a caminar derechito. Desde este punto de vista es algo útil, que nosotros no tuvimos. Pero en lo demás están equivocados, le están quitando el aire a los niños, los ahogan con tanta indicación, con tantas recomendaciones. ¡No, mi amigo! Adentro de la cancha, déles libertad, suéltelos. Que disfruten. No hay otra forma, no hay…”

 

¡Qué magníficas palabras! Obdulio Varela se expresaba así en el libro de Antonio Pippo: “Obdulio, desde el alma”, publicado en 1993. Por cualquier parte de Montevideo y del interior del país que vayamos podemos presenciar claramente estas escenas. Dejemos jugar a los niños. ¡Por qué tanta exigencia? ¡Por qué tanto desborde anímico de los adultos? ¿Por qué exigirle a un niño lo que nosotros no logramos? En muchas ligas, sea Colegial, barrial, AUFI, Baby Fútbol, vemos las mismas situaciones y vicisitudes. ¿En dónde quedó ese juego libre, espontáneo y placentero? Presiones, presiones, resultados y resultados, lágrimas y angustia, niños que sufren porque no pueden efectuar lo que les pide el adulto (sea entrenador, madre, padre, abuelos o dirigentes).

 

Hay otros adultos que se dieron cuenta de esta realidad y por eso han nacido otras ligas, pero esas personas deben de cuidar de no caer en lo mismo y de que no se transgreda lo más sano para el cuerpo y la mente: que es el placer de jugar, de disfrutar, de lo lúdico. ¿Qué nos brinda el juego? Es una acción libre y voluntaria, por lo tanto quien participa lo hace sin condicionamientos, sin coacción alguna. A través del mundo del juego, nos comunicamos con el entorno, es un estímulo para el aprendizaje. Es una actitud de vida, es una forma de incorporar al otro sin el acartonamiento. El niño necesita jugar: jugar solo, con otros niños y también con los adultos.

 

El juego facilita el desarrollo de las capacidades cognitivas y motrices, así como la tolerancia a la frustración, la perseverancia, la creatividad, la concentración en una tarea, el descubrimiento de sí mismo, el desarrollo de su vida interior, la capacidad de iniciativa. Es un ámbito privilegiado para mostrar lo que tantas veces no se puede expresar en palabras. Es un verdadero campo de aprendizaje, un ajuste del sistema de comunicación, un entrenamiento para el cambio y el ámbito ideal para el desarrollo de la pertenencia, la cooperación y la pertinencia. Es a través de la actividad motriz, predominante en los juegos, que se incluye el movimiento corporal.

 

La coordinación psicomotriz es una cualidad directamente ligada a la expresión del cuerpo, porque todo movimiento tiene una connotación psicológica de sensación. Se sabe que el déficit en movimiento y el descontento influyen negativamente en el desarrollo psíquico y físico del niño. La actividad fisica al aire libre y en un grupo que comparte la misma afición, luchar unos contra otros, el placer del juego y sobre todo el afán de esforzarse pueden fomentar el desarrollo psíquico y físico del niño. El juego se coloca como dato integrador capaz de favorecer la maduración intelectiva y los procesos de adaptación y de adquisición. Sería la vía maestra hacia la socialización. A través de ese proceso de socialización es que se van dando un montón de cambios, tanto individuales como colectivos. El “campito” y los espacios verdes fueron desapareciendo para dar paso a las Instituciones deportivas, de todo tipo y color, desde la liga más pobre a la más adinerada.

 

Pues bien, el desarrollo social de las últimas décadas influye en todos los ámbitos de la vida, también en la cultura física y el deporte y, conforme a eso, el fútbol. Si nos ocupamos del fútbol infantil y/o del baby fútbol de la época actual no debemos descuidar las nuevas condiciones de vida, las pretensiones de la sociedad, de la escuela, y de la familia, así como la mayor oferta de tiempo libre. La revolución científico-técnica ha traído consigo grandes cambios. La fuerza creativa del hombre cambia el mundo.

 

El volumen y la intensidad del trabajo corporal disminuyen permanentemente. Al mismo tiempo se exige cada vez más la componente intelectual de la personalidad, el umbral de carga psicológica se eleva. Las exigencias escolares que plantean a nuestros hijos los diseños curriculares en cuanto a cantidad y contenido aumentan. Los múltiples estímulos ambientales, junto con una mayor transmisión de conocimientos e información, sobrecargan el sistema nervioso; siendo especialmente este sobreflujo de estímulos el que fomenta el estrés. De ahí, que puede desarrollarse el sentimiento de no reunir siempre la suficiente cantidad de energía para un esfuerzo físico y mental, y hay niños que prefieren una ocupación pasiva.

 

Sin embargo, un niño que pasa la mayor parte del día en el Colegio, o en la escuela y además llevando a cabo otras exigencias escolares y de formación complementaria, necesita mucho más la actividad lúdica, una carga física que le de frescura corporal y mental disolviendo sus tensiones. Pero, ¿Qué sucede? El niño llega al entrenamiento o al partido y también se encuentra con exigencias, con la técnica, con la táctica, con el exitismo, con el resultado, con la presión, con un montón de situaciones que las provoca el adulto, con maniobras cada vez más perjudiciales para el niño. Campeonatos, series, ascensos, descensos, golero menos vencido, Fair Play, goleadores, fixture cada vez más competitivos. Por momentos, destrato a los niños, insultos al juez, improperios entre los padres y entre éstos y los entrenadores. ¿Qué es esto? ¿Alto Rendimiento en el Deporte Infantil? ¿En dónde quedó el disfrute del juego, la pisadita, “la jopeada”, la multitud de camisetas de diferentes equipos, remeras desteñidas y buzos que se mezclaban en un arco iris de placer y alegría? ¿En dónde quedó ese juego libre y espontáneo, que nos brindaba la posibilidad de reír y abrazar al compañero o al “contrario” provisorio de ese “picadito”?

 

Hace años que el consumo ha llegado al Deporte Infantil, pero debemos pensar que el niño no es una mercancía, que se hace lo que se quiere con ella. Si sólo le exigimos rendimiento, si esto se transforma cada vez más en VENCEDOR O PERDEDOR y ejercemos más presiones sobre el niño, éste va a imponerse metas cada vez más, nuevas y más altas, para tratar de agradar al adulto con el objetivo de que lo aprueben. Este es un camino totalmente negativo para el niño, perjudicial para su psiquis y para el proceso de formación de su personalidad.

 

El Deporte Infantil no debe de ser una guerra, sino un espacio de disfrute, de placer, de conocimiento, de aprendizaje, de compañerismo y de una mejor calidad de vida. Los parques, las calles, los patios, los espacios libres más grandes o más pequeños y las instalaciones deportivas esperan a los niños. El balón rueda y pica, una y mil veces, pero que sea para ofrecer experiencias placenteras, no para lágrimas y angustias.

 

 

Revisado y actualizado por: Lic. MCZ (20/01/04)